Mi reserva influyó mucho en mi carácter, tan tímido como el suyo, pero más agitado por mas joven; me acostumbré a guardar dentro de mí todo cuanto experimentaba, a formar planes solitarios, a contar sólo conmigo para su ejecución y a considerar los consejos, el interés, la ayuda y hasta la presencia de los demás, como una molestia y un obstáculo. Contraje la costumbre de no hablar nunca de lo que pensaba y de considerar la conversación como necesidad importuna, y adopté en ella un tono de perpetua broma, que me la hacía menos fatigosa y me ayudaba a ocultar mis verdaderos pensamientos. De ahí determinadas faltas de abandono de que, hoy mismo, incluso mis amigos, me inculpan; de ahí la dificultad de hablar seriamente, que sólo puedo vencer a fuerza de trabajo. De ahí también un ardiente deseo de independencia, una irritación impaciente por los lazos que me sujetaban, un temor invencible de adquirir otros nuevos. Había de estar solo para estar a mis anchas; y ahora mismo es tal el efecto de esa disposición de ánimo, que en las circunstancias menos importantes me cohibe la presencia humana, y hasta cuando tengo que elegir entre dos decisiones necesito escapar lejos de todos para poder deliberar tranquilamente.

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